De forma general podemos encontrar estos tipos de tendencias mentales negativas, que nos ayudarán a comprender como ciertos hábitos conflictivos mentales dominan a una persona.

El juicio y la crítica

Cuando nuestra mente está dominada por el juicio y la crítica, la persona suele estar atascada en un dolor del pasado que no logra superar.

Los juicios sirven para cristalizar el dolor emocional, y con ellos, la persona se protege de sentir el dolor que se originó en el pasado. Al disolver los juicios, la persona se puede enfrentar a su dolor, reconocerlo, abrazarlo y disolverlo.

Vivir con juicios es vivir con una mente negativa, con tendencia de herir a otros. Sin darse cuenta, la persona daña a los demás con sus palabras, y es probable que otros se alejen de ella.

Sus pensamientos se suelen basar en expectativas, en ilusiones, en generalidades, pero con sus mensajes no expresa la verdad, sino “su verdad” emocional e hiriente, donde se pone énfasis en el ataque hacia él mismo o hacia los demás. Además, al generalizar en vez de hablar del problema o la situación, la persona ataca, castiga y daña creyendo que está expresando lo que ha ocurrido.

En esta forma de pensamiento hay comparaciones constantes con otras personas. La mente juiciosa tiende a analizar los detalles del otro, nada más verlo, y a creer que “entiende” y conoce todo sobre él.

El juicio y la crítica llevan a las personas a buscar culpas, a defenderse y atacar, en vez de solucionar y enfrentarse a los problemas. Sus respuestas son ataques o evasivas, pero no son constructivas ni ayudan a solucionar lo que señalan.  

La preocupación

Las personas que tienen una mente preocupada pueden bloquearse en imágenes que proyectan catastróficas y negativas. Sus fantasías tienen a ser negativas y escalofriantes.

Con el tiempo, este tipo de conflicto mental hace que el miedo sea la base emocional de la que surgen todas las demás emociones y sentimientos, llegando a construir incluso toda una forma de “amor” basada en el temor de que el otro sufra o se aleje.

El temor acaba influyendo negativamente en todos los demás pensamientos, y por miedo la persona actúa, se expresa, siente y vive.

Una mente preocupada es una mente confusa, que vive en las tinieblas del miedo, que no sabe sentir libertad y confianza.

Cuando una mente con tendencia a la preocupación busca sentir confianza, se reafirma en pensamientos repetitivos tipo: “va a salir bien, va a salir bien, tiene que salir bien”… mientras siente angustia y temor de enfrentarse a lo contrario.

La ira y frustración

Una mente con tendencia a la frustración es una mente reactiva, caprichosa y descontrolada. La persona aprendió que debe conseguir lo que desea, aun a pesar de todo esfuerzo, aun a pesar de su entorno. La mente ha desarrollado conductas que se centran en lograr sus objetivos, en que la vida sea tal cuál querría que fuese, y no acepta, no tolera, cualquier cosa diferente de lo deseado.

Las situaciones en que las cosas no son como querría, surge la ira y la rabia, a veces en forma de tristeza, de temor, de angustia, de adicciones… la persona no puede controlar todo cuanto siente, y no tampoco relaciona que su dolor es provocado porque las experiencias no son lo que le gustaría ser.

Como resultado, justificándose en el sentir de frustración, la persona estalla y reacciona a su entorno sin tener en cuenta los sentimientos ajenos. Puede romper objetos, atacar, manipular, mentir… la frustración y la ira generan una mente totalmente caprichosa, la persona pierde el control.

La reactividad a las experiencias externas crece con el tiempo, y poco a poco la persona puede reaccionar negativamente incluso cuando todo está bien en su entorno. Una palabra hermosa, un regalo, o incluso un gesto amable, pueden hacerle saltar y reaccionar.

En el trabajo del control mental no sólo hay que fortalecer la capacidad de enfrentarse a la frustración, sino también la facilidad de reactividad y la conciencia de las reacciones impulsivas ante las situaciones de la vida.

El ruido mental

La mente que no tiene control y constantemente genera ruido mental, tiende a generar pensamientos constantes, como “ocupantes” de la mente que no permiten dormir ni descansar.

La persona se acostumbra a escuchar y prestar atención a pensamientos que aparecen sin sentido, en todo momento, melodías repetitivas, imágenes y diálogos internos.

Quien tiene este tipo de mente, no es capaz de parar la mente, pierde el dominio, pierde el control y no puede descansar.

Ante la falta de descanso, la mente se agita más, y genera más y más pensamientos, más y más insomnio y otros trastornos del sueño.

La dispersión y pasividad

Una mente dispersa y pasiva se ha acostumbrado a no pensar, tal vez la persona viva con patrones mentales, actúa de forma automática e inconsciente y no es capaz de concentrarse ni elaborar pensamientos nuevos.

La dispersión mental genera que la persona tenga que leer algo varias veces, tenga poca memoria o una memoria parcial, y muchas veces tienda a un diálogo interno inconsciente al que se ha acostumbrado.

Sus patrones mentales le ayudan a sentirse bien, por lo que se puede sentir incómodo cuando tiene que hacer algo de una forma diferente de la que se a acostumbrado, se puede frustrar, sentir rabia y dolor cuando su entorno cambia, o cuando se le presenta una situación diferente a la que está acostumbrado.

Los patrones mentales más básicos como la caligrafía, el conducir, tareas del hogar, hábitos de higiene… pueden ayudarnos a observar si la persona está atascada en un tipo de mente pasiva, pues de ser así, estos hábitos serán exactamente iguales un día y otro y otro, la persona que sufre una mente pasiva, no logrará cambiarlos.

Este tipo de conducta mental se puede notar cuando se intenta cambiar los patrones que requieren lateralidad cerebral, como hábitos de conducción; la persona puede que reconozca que está conduciendo mal, pero se frustra y no es capaz de cambiar lo aprendido.